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José Quintero Weir

II. Donde hablamos de lo que nos relató Antonio Ashibatri, ñatubay de Bakugbarí.

Estando de visita en la comunidad barí Bakugbarí en el piedemonte de la Sierra de Perijá, al llegar la noche, todos nos reunimos en el local que servía de Escuela para conversar luego de la comida: pescado frito y mucha yuca cocida. Allí se conversaba de todo y todos participaban y reían, hasta que se me ocurrió pedirle a Antonio Ashibatri, uno de los fundadores de esa comunidad y por un tiempo, ñatubay1 de la misma, que me contara una historia. Recuerdo que utilicé esa palabra en castellano, pues, exactamente le dije: Antonio, yo quisiera que me contaras una historia de los barí de antes.

– Queréis que te cuente una historia José Quintero, entonces esperate un momentico.

Eso me dijo y salió del salón donde nos encontrábamos. Muy al rato regresó, con su guayuco de barí, su corona hecha de paja, sus armas de guerra y acompañad de su anciana madre vistiendo la falda propia de las mujeres barí y sus senos desnudos. Ambos se ubicaron a un extremo del círculo que formábamos y Antonio sacó de una bolsa una pequeña tapara que comenzó a soplar, provocando una música silbada que inundó el salón, escapaba por las ventanas y se perdía en la oscuridad de la noche de la Sierra.

Todos guardamos absoluto silencio mientras la tonada sonaba; pero, de repente, Antonio dejó de soplar y la música de sonar; entonces dijo:

“Irahbain labagdó ahkabá ahkó uramägbäun magyö ahkörajäun.

Shiraso kasainëë labaddó ahkaba, inka ahkaba bagbäuso bario biañajaa. Seiddrö kärajäun miaranajaa.

Bohkio kalawanchi drobom, bom, bom ñobom saimadoyi barikabañajaa.

Saima kabañajaa bohkio kalawandayio mioanajaa.”

Cuando no habían los blancos, los barí tocábamos musica.
Los ancianos nos dijeron que venían los blancos dispuestos a pelear, como ya lo habían anunciado nuestros saimadoyi.
Venían a matarnos. Venían con armas, armas, armas, muchas armas. Venían a matarnos.
Desde entonces, guardamos los instrumentos musicales y comenzamos a pelear…

El relato de Antonio revisó los periodos de la guerra barí en la defensa de su territorio que, antes de la llegada de los conquistadores europeos, circundaba casi totalmente la cuenca del lago de Maracaibo que, de acuerdo a su propia historia es el resultado de la tala de un inmenso árbol que en tiempos del origen de la Sierra estaba en el punto más alto y, por ello, Sabaseba2 pidió a los barí, la gente que salió de la piña, que lo cortaran, pues, una vez cortado, sus frondosas ramas dejaron escapar toda el agua que dentro del mismo estaban represadas, y fue así que nacieron todos los ríos (54 en total), que bajando desde la Sierra de Perijá y la Cordillera de los Andes lograron formar el gran Lago de Maracaibo.

Pero los blancos habían llegado y, a pesar de ser navegantes, no podían ser considerados como propiamente gente del agua, pues, los barí de antemano ya reconocían esta condición en los añuu, a quienes llamaban: Shiimadou (Gente de agua), pues, ellos sólo viven sobre el gran lago que los barí habían creado; mientras que los labagdó3 llegaron por el agua, pero sólo les interesaba la tierra. Allí comenzó la guerra que Antonio narró pasando de la guerra en contra de los europeos a la guerra en contra de las compañías petroleras inglesas que buscaban a ñankúa4 bajo la tierra, y, de allí, a la guerra en contra de los colonos blancos, que apoyados por el Ejército de Venezuela, asesinaban a los barí para quedarse con sus tierras y que pagaban por el par de orejas que los sicarios de la época, llevaban a la plaza pública de Machiques o la Villa del Rosario, para demostrar la muerte de los “motilones bravos” asesinados para poder cobrar en dinero sus crímenes.

El profesor Roberto Lizarralde, de la Universidad de Los Andes, fue el primer antropólogo que acompañó a los misioneros capuchinos quienes, conducidos por algunos yukpa venidos desde Colombia, pero también de algunos barí, comenzaron a penetrar en territorio barí para, finalmente, terminar despojándoles del mismo, pues, resultaba imposible a los barí confrontar la penetración de los labagdó en la región del sur del lago de Maracaibo y, al mismo tiempo, tener que confrontar a los yukpa que, desde lo que hoy es Colombia, se expandían hacia sus espacios sirviendo como guías de los misioneros capuchinos.

Así, el profesor Lizarralde, al final de su vida, fue capaz de generar toda una cartografía que hoy nos permite reconstruir históricamente el despojo territorial al que fue sometido el pueblo barí desde la conquista y colonización europea hasta nuestros días de la colonialidad del Estado-gobierno de la llamada nación venezolana. Al final, mostraremos los mapas que este importante investigador logró elaborar como parte de la historia del despojo al que los pueblos indígenas, en este caso, los barí, han sido sometidos por el dominio de los “civilizados” y su “modernidad”, en contra de pueblos y sus territorios considerados como “salvajes” por lo que, el principio del Utis posidetis juris5 establecido por Bolívar como derecho de posesión de la tierra por haber sido ocupada para su uso agrícola o pecuario, pero también, por el dominio político sobre la misma por parte del Estado. Tal principio corresponde al Derecho de Propiedad establecido por el imperio romano durante su expansión y dominio territorial en todas las tierras y naciones por ellos ocupadas y sometidas militarmente.

El hecho es que (y esto es lo terrible), tal principio sólo aplica para los blancos considerados por la República como los únicos sujetos con la capacidad de ser poseedores de tierras; por tanto, el principio del Utis Posidetis Juris no aplicaba para los indios “salvajes”, muy a pesar de ser los ocupantes milenarios en sus territorios, y, mucho menos, para los negros cimarrones que al huir de la esclavitud, lograban territorializar espacios en los que fundaban pueblos de negros libres que en Venezuela llamaron “Cumbés”; en Colombia, “Palenques” y, en Brasil, “Quilombos”. En todo caso, la nueva República no era para indios “salvajes” y mucho menos para negros fugitivos.

Vale decir, en lo que menos parece haber pensado Bolívar al momento de redactar el Contrato Social de La Gran Colombia fue en los miserables indios y negros esclavos a quienes sólo necesitó como carne de cañón en las batallas bajo la promesa de libertad al final de la guerra, pues, el hecho de que murieran indios y negros en la defensa de “su” república, permitiría no sólo la sobrevivencia de los blancos criollos que, a su parecer, eran los únicos capaces de construir una otra sociedad, sino que posibilitaría una natural eliminación de “los menos adaptados” que, ciertamente, resultaba el principio fundamental de la ciencia de la colonialidad en ese momento. Pero, no vamos a entrar en detalle en eso; por el contrario, ahí lo dejamos para aquellos o aquellas que quieran urgar y meter el dedo en esa heridade abierta en el mero corazón del venerado Libertador.

A nosotros no nos interesa ese debate, sin embargo, no lo desconocemos y nunca le rehuiremos, pues, sentipensamos con la tierra aunque nadie nos crea. Por mejor decir, para nosotros, sentipensar forma parte del camino a transitar para poder reconstruirnos como nosotros, esto es, despojados de toda colonialidad; por lo que no existe nadie por encima del hacer comunitario en función de la conformación del nosotros, muy a pesar de la importancia de los aportes del sujeto como individuo al interior del colectivo de la comunidad.

Lo cierto es que, los barí, desde la llegada de los conquistadores europeos; la búsqueda de Ñankúa por las compañías petroleras; la presencia de los religiosos de la orden de los capuchinos y los colonos autorizados por el Estado-gobierno de la época, sustanciados legalmente por la declaración de su territorio como tierras salvajes ocupadas por salvajes a ser sometidos en pleno siglo XX, el pueblo barí perdió cerca del 90% de su territorio ancestral y hoy se encuentran reducidos en comunidades apartadas, divididas y sujetas a las disposiciones elaboradas en cónclaves del Estado-gobierno con transnacionales Chinas, Rusas; Canadienses y Norteamericanas en función de sostener una forma de vivir creado desde la dependencia y el sometimiento por parte del mismo Estado; mientras que las comunidades, en sus bases, luchan por la autonomía, su dignidad y la libertad con la que nacieron sus tierras como territorios.

1Ñatubay: generalmente traducida por los antropólogos como jefe o cacique de la comunidad, pero que al interior del sentipensar de lengua barí, implica el sentido de aquel que tiene o posee: ña– que es la energía o el poder de construir comunidad pero referida a un (segunda persona del singular): –bay; por lo que la expresión adquiere el sentido de: tú tienes la energía o el poder de la comunidad. Esto es importante, pues, quien otorga tal poder es la comunidad y no es un poder auto-asumido, es por ello que los ñatubay son periódicamente alternados en el ejercicio de sus funciones; de hecho, en el momento referido en nuestro relato, Antonio no era el ñatubay de la comunidad, muy a pesar de haber sido uno de sus fundadores; él había dado paso de esa condición a otros, pues, el poder no es propiedad del sujeto que lo ostenta sino de la comunidad que se lo otorga en el ejercicio de una muy otra democracia.

2Sabaseba: personaje central en la ontogénesis del pueblo barí, convertido en Dios por los misioneros capuchinos, pero que para los barí es un saimadoyi, es decir, un ancestro, al que deben el conocimiento del trabajo de la tierra, la siembra de la yuca y la piña, cultivos fundamentales para la existencia de este pueblo.

3Labagdó (dou): Parece gente. Se trata de un término creado por los barí para explicar la existencia de un sujeto que, teniendo la apariencia de una persona, actúa y hace todo lo que hace un espíritu maligno (labigdú).

4Ñankúa: Energía que viene del fondo de la tierra, es el petróleo, el gas, el carbón y todo mineral que se muestra como poseedor de energía en sí mismo y, por eso, Sabaseba lo puso a vivir bajo la tierra, pues, se trata de una energía que al salir a la superficie, puede dañar a las comunidades que sólo pueden existir sobre la tierra.

5Utis posidetis juris: ley de propiedad (sobre la tierra) por uso, o también, ley de posesión por uso de la tierra, establecido por Bolívar en el Contrato Social de la Gran Colombia.

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