El Canto de la Arpia
Aana Caona Emiliana
Al watia que somos no le dijeron en la escuela que el milcuatroscientosnoventaydos era infinito, que la sangre no cesaba en derramarse y que los hijos aún lloran la madre arrebatada. Al waitia que somos no le dijeron en la escuela que la vida es deuda que vale un espejito para quienes gobiernan la tierra que pisamos. Al waitia que somos no le dijeron en la escuela que tu lucha es también mi lucha, que sólo en ti y contigo yo soy. Al waitia no le dijeron. Por eso qué va a extrañarnos la voz masculina que torpemente pregunta “¿qué hicieron los yukpa cuando llegaron los españoles a quitarnos nuestra tierra? ¿pelearon o se piraron? ¿y son machistas los yukpas?…” Sí, es que en el marco del socialismo del siglo xxi se puede ser “marxista leninista” y bruto. Se puede ser “internacionalista” y bruto. Se puede ser “proletario” y bruto. Bruto en serio, no ignorante. Bruto de verdad. Bruto que para justificar su inacción, desvergüenza y laxitud es capaz de esgrimir perspectivas “nacionalistas” y “de género” que no se ajustan ni a su verdadero accionar ni al análisis de las realidades de las culturas indígenas de lo que hoy es Nuestra América. Se puede ser bruto al extremo de matarse la raíz. El waitia que somos puede llegar a ser muy bruto, sí. La culpa es de esa escuela que silencia más de lo que dice. La escuela doblegó al waitia.
Desde hace no pocos años, la familia y tribu de Sabino Romero han estado batallando contra quienes han querido despojarlos de sus territorios ancestrales. Ha sido mucha la sangre que han derramado en esa lucha y no ha importado demasiado si el gobierno de turno es de derecha o de izquierda. Los primeros fueron enemigos sin máscaras, los segundos prometieron, ultrajaron y luego guardaron un bochornoso silencio. La sangre yukpa no cesa de derramarse en la lucha por la demarcación de tierras ancestrales y una que es waitia doblegada, no puede más que presentir un exterminio definitivo y sentir vergüenza. Sentir rabia, también, e indagarse, buscar cuotas de responsabilidad, modos de participación que se ajusten a la modesta posición de bicho bolita que le impuso a una esta escuela, esta ciudad, este ser en busca de la raíz. Y se acerca una a la candela, desde las distancias materiales que impone la vida urbana, como en busca de alguna explicación, y lo que encuentra es mayor incertidumbre. Y dice una que colaborará modestamente tratando de romper barreras de silencio, pero nunca se imagina que la cosa no es tan fácil, que en la ciudad se juegan intereses mezquinos en plena lucha por el poder. Que nadie querrá opinar y poner en riesgo su cargo, su salario, sus viáticos. Y entonces va una en busca de las artesanías en venta, para colocar sobre la mesa el metal que garantizará la movilización yukpa, y sale de la plaza llena de vergüenza, humillada y penosamente doblegada bajo esa terrible sensación de haber otorgado una limosna, de no poder ser y hacer más que ese triste gesto. Quien no tiene ni los ovarios suficientes como para ir a enfrentar empresarios, ganaderos y sicarios armados ni un cargo de gobierno que garantice el megáfono, debe preguntarse… ¿si voy a votar para garantizarle continuidad a “este proceso”, seguirá ocurriendo esta masacre silenciosa contra el pueblo yukpa? ¿con mi voto también otorgaré el visto bueno a un plan de gestión que promete convertir esta tierra en que nací en “potencia”, a pesar de la tierra misma, de sus gentes? Una tiene que hacerse estas preguntas. Si una es conciente del voto que emite y responsable de las decisiones que toma, si una va a darle una oportunidad más a esta maldita democracia, una tiene que hacerse estas preguntas. Dejar de pensar en el yo, en los beneficios que han sido otorgados al yo urbano y pensar en el nosotros pueblo, nosotros obreros, nosotros campesinos, nosotros indígenas. Sí, a algunos waitia nos habita una arrechera centenaria y hoy no hay lentos procesos que logren serenar las ansias, doblegar el grito. Hoy no hay fiesta de afiches, ringtones ni franelitas carmesí que logre opacar el negro rugido de la vergüenza que llevamos dentro. Hoy queremos fuego, sangre y maravilla. Hoy queremos un nada que nos garantice todo… Y tendrán que pasar otros cien años. Dormiremos, roncaremos, soñaremos: pasarán otros cien años.