José Millet

Luego de permanecer durante cuatro meses en Cuba, en el mes de noviembre del año 2005 retomamos el trabajo de investigación que habíamos empezado en el mes de marzo anterior,   amparado en el convenio firmado entre el Instituto de Cultura del Estado Falcón (INCUDEF) y la Casa del Caribe, institución cultural que posee la categoría de Centro de Investigaciones otorgada por el Ministerio de Ciencias, Medio Ambiente y Tecnología de la República de Cuba y de probado reconocimiento mundial, de la que he sido uno de sus fundadores y uno de sus más entusiasta trabajador, durante casi un   cuarto de siglo. El Presidente de INCUDEF, el poeta Simón Petit, le dio curso a la propuesta de integrar un equipo de estudio con tres o cuatro de los promotores culturales, afortunadamente gente por lo general lectora y estudiosa, más que todo dispuesta a eliminar el absurdo concepto que hasta aquí se ha manejado y mantenido del promotor cultural, alejado del estudio y distante a años luz del trabajo científico aplicado a la cultura. Establezco aquí sus nombres a modo de reconocimiento: el bachiller Pedro Eduardo Concepción, estudiante de Comunicación Social; el Técnico Superior Universitario (TSU) en Turismo Enzio Provenzano, la Técnica Medio en trabajo social Zulay Castejón, y, a quienes se agregó el bachiller Oscar Lázaro. Tres de ellos actualmente iniciaron estudios universitarios, por lo que nuestro trabajo deberá reforzar el espíritu de estudio, formación y de superación que estamos fomentando fuertemente entre cada uno y todos los miembros de nuestro Instituto.

Hace apenas dos meses, se ha incorporado al equipo de estudio el estudiante de Turismo Orlando Moreno, joven yaracuyano que, con gran sacrificio personal, ha venido a hacer su pasantía en Coro, bajo nuestra tutoría, y que promete ser un profesional altamente preocupado por el aprendizaje constante y su aplicación a nuestra realidad social con inteligente sentido de las urgencias, que obligan a la inmediatez y   mucho más a la eficiencia. Finalmente, luego de un año de haberse elaborado, se acaba de firmar un Convenio con la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM) en el que se ha enfatizado el apoyo que deberemos recibir para construir y luego consolidar un Centro de Estudios Socioculturales de INCUDEF, para el cual, por ejemplo, será importante la ubicación de algunos estudiantes universitarios precisamente en condición de pasantes, quienes introducirán cambios importantes en la mentalidad y en el estilo de trabajo de los actuales empleados de INCUDEF, educados a una práctica lamentablemente divorciada del estudio y la investigación, que ahora empieza a ser modificada y que a la larga se convertirá en parte fundamental de su razón de ser.

En la presente etapa de nuestro estudio, les asigné a los miembros de mi equipo, la tarea de iniciar un levantamiento de información que nos permitiera determinar las fuentes documentales de que disponíamos en Coro, para acercarnos a nuestro objeto de estudio. Establecimos contacto con el núcleo directivo y con algunos de los trabajadores del Archivo de Historia de la Alcaldía del municipio Miranda, quienes me impresionaron positivamente por el alto nivel de responsabilidad y trato afable, más aún cuando comprobé la meritoria labor de restauración, preservación y ordenamiento de la valiosa documentación que se atesora allí. De igual manera, visitamos la Biblioteca «José David Curiel», con excelentes fondos aún sin colocar en fichas ni en catálogos para hacerlos asequibles al público y donde permanece una hemeroteca en cajas, a la espera de un espacio donde colocarse y asimismo ponerse al servicio de la comunidad coriana. Finalmente, nos adentramos en la Fundación Biblioteca «Oscar Beaujón Graterol», verdadero complejo donde se combinan armoniosamente las fuentes bibliográficas, hemerográficas y de documentos originales autógrafos de excepcional valor. Esta institución es un modelo de lo que debe ser hoy la biblioteca y ofrece servicios especializados, incluidas las consultas a través de Internet. Realmente Coro, y Falcón, debe enorgullecerse de contar con una institución tan profesionalmente organizada y atendida, que se ocupa, por lo demás, del rescate de la memoria colectiva a través de grabaciones magnetofónicas y en formato de video de los exponentes y cultores populares más representativos de la localidad.

La revisión hemerográfica hecha en la Biblioteca Oscar Beaujón realizada por Pedro Eduardo Concepción arrojó un dato de interés: en el periódico diario local La Mañana, desde el mes de diciembre del año 1955 hasta marzo del año 1987, el barrio La Guinea no aparece mencionado nunca y sólo se alude al «tambor coriano» en ocasión del tradicional día del repique – es decir, del día 30 de noviembre de cada año en que se anuncia el advenimiento de la Navidad -, sin colocar el nombre del conjunto ni de sus dueños o cultores populares. Esto nos demuestra claramente el tratamiento tan distante y poco estimulante dado a una de las expresiones más emblemáticas de la cultura local y regional.

El 20 de febrero pasado, luego de varias reuniones concebidas como mesas técnicas, se inició el programa del Instituto denominado Tomas Culturales, consistente en un contacto lo más amplio y profundo posible con cada uno de los veinticinco municipios que conforman el Estado Falcón, a fin de instalar en ellos la nueva imagen corporativa que hemos estado construyendo en INCUDEF. Se trata de un acercamiento de nuestro centro laboral a las comunidades más emblemáticas desde el punto de vista de la riqueza o el arraigo de las tradiciones culturales del pueblo, en cada sitio; las cuales deberán exponerse, en su nicho original, con la participación fundamental de los vecinos en su condición de organizadores y de los cultores populares, grupos artísticos y personalidades más representativas de cada una de ellas. Tuvimos el honor de que se aceptara que el arranque tuviese como comunidad emblemática a La Guinea, la cual en un tiempo record supo hacer valer y demostrar su capacidad organizativa anclada en el pasado, y todavía muy vivificante en eventos tan importantes, como las celebraciones de San Benito, San Antonio y del propio tambor coriano. Tenemos el firme propósito de estimular el que las propias comunidades se interrelacionen, de modo que se establezca entre ellas una fraternal relación para   reafirmar y destacar los valores más auténticos de lo que ellas son acarreadoras. Se estaría tributando así un granito de arena en el serio problema comunicacional existente en el país, que también afecta a la relación entre estos sujetos colectivos y las individuales artísticas que surgen y viven en ellas.

Como uno de los resultados más dignos de destacar en esta toma cultural, se encuentra el que los vecinos del barrio La Guinea han reavivado sus energías dirigidas a conseguir que le sea restituido el nombre originario a su comunidad; asimismo, se han avanzado conversaciones directas con el Alcalde del Municipio Miranda para que esta petición no sólo se lleve a la práctica el próximo día 10 de mayo, sino que también el barrio sea declarado patrimonio histórico y cultural del Municipio. Adicionalmente, se está discutiendo lo concerniente a la solicitud de que el barrio tenga su propia Casa de la Cultura o Museo, donde descanse parte de la documentación e información relacionada con su historia, personajes emblemáticos y su vida cultural.

Pero, a estas alturas del relato, creo conveniente retomarlo donde lo dejamos cuando informábamos cómo se inició esta investigación de una pequeña comunidad coriana. En efecto, en marzo del año 2005 iniciamos los contactos con algunas personas que ayudarían decisivamente a enrumbar nuestros pasos hacia el ámbito coriano, que para mí es espacio físico, geografía humana, historia, pertenencia, bravura, orgullo, cariño (¿otra palabra mejor fue ingeniada en nuestra lengua castellano-americana para referirse a un sentimiento o afecto hacia alguien que la que inventó el coriano con la de querendón?) y, en suma, identidad, concepto que, para los efectos de una visión del mundo anclada en una posición política definida, equivale para mí a la posesión y disfrute de una igualdad social plena y verdadera. En síntesis: mis estudios del hombre y su espiritualidad se tornaron   hacia Coro, su gente y su corianidad.

Recordemos cómo surgió el presente proyecto de estudio del caso: inicialmente, en conversaciones con la historiadora, Licenciada Nereida Ferrer, y con la poetisa Celsa Acosta, emergió a propósito el nombre de un barrio objeto de una discusión ilustrada y política a consecuencia de la reclamación de algunos de sus vecinos. La Guinea —que es el nombre del barrio en cuestión— resuena a cacería humana en tierras africanas; a puerto de embarque de mercancías, también de esa misma especie; a espacio mítico en que vamos a encontrarnos con nuestros ancestros; en suma: cadena esclavista, comercio de carne humana y también a resistencias; a amos y a esclavos… a rebeldías y redención. La ruta estaba expedita para que nos embarquemos en esta aventura siempre reconfortante que nos ofrece la historia, no tanto la ya escrita como la que está por escribirse.

Fue así como, a través de tan entrañables intelectuales amigas, establecí una relación con un señor que lideraba el reclamo de la comunidad y que se había convertido en un tenaz escudriñador de archivos y documentos indispensables para probar la existencia del nombre La Guinea, que le había sido suprimido a dicho barrio. Mediante conversaciones sostenidas desde entonces con él, fui acopiando valiosa información y conocimientos que me han permitido un acercamiento mayor a lo que luego se convirtió en   objeto de estudio. Así, pude estar al tanto de que La Guinea había sido uno de los primeros y más emblemáticos asentamientos humanos de Coro, poseedora ella, por añadidura, de una de las mayores capacidades y voluntad de organización civil a nivel de las comunidades de base que se conoce en esta localidad, signada por un sentido del tiempo y de la dinámica social a los que es difícil   adaptarse, si no se le comprende o estudia concienzudamente.

Siguiendo el curso del relato de este reclamo, me encontré en una situación parecida a la experimentada años atrás con los productores artesanales del cocuy del simbólico poblado rural de Pecaya: alguna parte de la injusticia,   ejercida por los opresores a lo largo de la historia de este rico y bello país en contra de los pobres, habría de revelarse y, sin duda, en esta nueva circunstancia de la Venezuela Bolivariana, habría de enmendarse.   Y henos aquí, tratando de reconstruir parte de una trama que ya nunca podrá serlo, ni en su totalidad ni en su completa veracidad, porque parte del material documental que podría servir para conectar la historia con la cultura fue destruido, se perdió o no se encuentra disponible. Me refiero a parte de la declaración, tomada por escrito por las autoridades españolas, a José Leonardo Chirino, cuando fue juzgado por la insurrección que lideró   el mes de mayo de 1795, que estuvo y está vinculada, raigalmente, con la historia mítica y real del barrio, aunque la mayoría de sus vecinos, no tengan   idea de la cuestión.

Cuando digo que asumo la voz de uno de los vecinos, estoy cometiendo un grave error. Es que ese vecino resume, en cierta medida, la historia y el reclamo del barrio en su conjunto. Basta que una voz, una sola voz , se alce, para reclamar o reparar una injusticia y para que esta señal adquiera la dimensión de un sujeto supraindividual, siempre que ese reclamo posea un carácter de reivindicación del colectivo. Siguiendo la trayectoria lógica del relato, tal vez consigamos las evidencias que nos permitan comprobar esta aseveración.

Ya para el año de 1979 fue creada en el barrio la Asociación de Vecinos, con una junta directiva electa en diciembre del 2004 y convertida en el soporte más fuerte para viabilizar el reclamo que acabamos de mencionar, el cual se hizo público mediante una solicitud escrita dirigida   al Alcalde del Municipio Miranda ingeniero Rafael Pineda, quien envió entonces una comisión que se reunió con varios líderes del barrio en el mes de abril del año 2004 y, en el momento en que redacto este folleto, ha reiterado su absoluta disposición de encontrarle   solución al asunto, cuyo fondo histórico, político y social cualquier persona inteligente e instruida reconoce como portador de justa razón. En el mapa de la ciudad de Coro, que hemos conseguido en la oficina de Empadronamiento de la Alcaldía de Miranda, no aparece el barrio La Guinea, sino el de Las Panelas y, adicionalmente, para acabar de complicar el fatídico inconveniente, una simple ojeada a las dos últimas guías turísticas del Estado Falcón, nos lleva a darle fundamento documental adicional al reclamo: en ellas, en   el plano de Coro, no sólo no aparece ninguna referencia al barrio más antiguo y emblemático de la ciudad, sino que se rotula una minúscula porción del espacio citadino — comprendida, según Aular, entre las calles Zamora y Colón — como perteneciente al denominado «casco histórico» citadino, que fue por lo que la ciudad mariana y su Puerto Real de La Vela fue inscripta por la UNESCO en su lista de Patrimonio de la Humanidad..

En compañía del folklorista de INCUDEF Luís Cazorla, a fines del mes de mayo pasado, caminamos con el señor Mario Aular por las calles de Coro, a fin de obtener una apreciación lo más cercana y segura posible del disputado barrio La Guinea. Esta experiencia directa con sus vecinos, en su propio hábitat, me permitió tomar algunos apuntes en este recorrido,   que ahora paso a glosar con el ánimo de ayudar a dibujar el plano de este importante asentamiento, a grupa de caballo, perteneciente mitad a la ciudad y mitad al campo, como habremos de descubrir mediante la aplicación de algunas técnicas de la investigación antropológica y sociológica. Para Aular existen hitos de mucho interés para el conocimiento de la existencia del barrio y del proceso que condujo a que se le   suprimiera su nombre original. Se dispone de fuentes escritas que dan fe de esta declaración. A guisa de ejemplo, él refiere la existencia de un decreto, presumiblemente fechado a principios de 1900, que determina la construcción de La Alameda Linares en la antigua Plaza La Guinea. Esa alameda hoy tiene como punto importante la actual Plaza Linares ubicada en la Avenida Manaure, entre las calles Mapararí y Churuguara.

 

Límites del barrio

Los especialistas del INE de Falcón, lograron fijar los siguientes linderos de lo que aparece actualmente en el catastro de la ciudad de Coro con el nombre de Las Panelas: la calle Libertad por el Norte; la calle El Sol por el Sur; la calle Colón por el Este y La Quebrada de Coro por el Oeste.

Los vecinos de La Guinea, en su expediente de reclamación dirigido al Alcalde del Municipio Miranda, con fecha 8 de junio de 2004, establecen como límites territoriales los siguientes: por el Norte la calle Libertad, cruce calle León Farías, «buscando la calle Campo Elías» y, por el Sur,   la calle El Sol; por el Este, la calle Federación y, por el Oeste, la calle Proyecto.

Limites actuales de La Guinea,   según sus vecinos

Límites   de La Guinea con Curazaíto y sector San Antonio: calles El Sol con Federación.

Límites de La Guinea con Curazaíto: calles El Sol con Proyecto

Límites de La Guinea con Las Panelas: calles Proyecto con Libertad.

Límites de La Guinea con Las Panelas y el centro capitalino: calles Federación con Mapararí.

 Estos linderos tal vez podrían ser tomados como los de mayor consistencia entre todos los aportados por nuestros informantes en el presente estudio . En acto de justicia, debemos colocarlos en el plano de la ciudad para que le sea restituido su nombre al barrio:

Para el joven folclorista Luís Cazorla, de 36 años de edad, nacido y criado en La Guinea, los límites de ésta son los siguientes: la calle Brión por el Norte y la calle Nueva por el Sur; la calle Federación por el Este y la calle Providencia por el Oeste.

A continuación colocamos los planos elaborados por el equipo de especialistas en   Falcón del Instituto Nacional de Estadísticas, en base a sus estudios de campo. Algunos de nuestros testimoniantes de los barrios La Guinea y Curazaito difieren de ellos, pero resultan una fuente merecedora   de tomarse en  consideración para la discusión del tema.

En el primero, ubicamos los barrios que ellos denominan Las Panelas y Curazaito:

 

Plano del barrio Las Panelas. Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.

Existen opiniones encontradas en lo concerniente a las demarcaciones de la propia ciudad de Coro y aún más, pues, como se ha visto, respecto a las del barrio La Guinea. En las numerosas entrevistas que hemos realizado a gente del barrio, hay consenso en que La Guinea fue el primer asentamiento humano establecido que llegó luego a alcanzar categoría de barrio y    donde posteriormente fue levantado el sector o barrio Curazaito. Según el cronista local de la corianidad, y eminente Profesor coriano Tito Guerra, nadie fundó La Guinea, sino que la gente simplemente se fue asentando allí hasta convertirlo, de un suburbio de la ciudad, en un asentamiento poblacional que adquiriría proporciones más amplias, características y firmes. Por su parte, para el joven docente de percusión Gustavo Ricaurte, residente en el corazón del barrio, y yerno de uno de los percusionistas del tambor coriano más distinguidos, aunque poco o nunca reconocido, los viejos del barrio dicen que La Guinea llegaba hasta el prestigioso asentamiento aborigen Caujarao, distante a unos cinco kilómetros de Coro. Para otros de nuestros entrevistados,   La Guinea  se extendía mucho más allá de Caujarao: «hasta Curimagua», emplazamiento ubicado en plena serranía coriana.

Como en toda investigación con pretensiones científicas, deben tomarse en cuenta diversos puntos de vista en el acercamiento al objeto de estudio; desde el que derivan numerosos problemas que deberán ser   explorados, estudiados y analizados para luego elaborar una explicación plausible. En el caso de cómo surgió, se desarrolló y ha tenido su evolución hasta el presente el barrio La Guinea, disponemos de varias versiones, que iremos exponiendo aquí tratando de ubicarlas en el sitio que mejor corresponda. Según el arquitecto Nicolás Akirov, con 31 años de vida continuos en esta ciudad, en la medida en que la ciudad de Coro fue creciendo, de los barrios originales Los Ranchos y La Guinea, fueron derivando otros como Curazaíto y luego el de Las Panelas, proceso que   provocó que la gente se fuera instalando en estos nuevos asentamientos y se refirieran a ellos como lugar de pertenencia y no a aquéllos que les comenzaron a ser ajenos o muy distantes. Esto daría como resultado   que aquellos nombres originales fuesen desapareciendo al punto de no saberse la fecha exacta en que se produjo ese cambio definitivo. Hasta mediados de los setenta, nuestro interlocutor manifiesta que La Guinea no era ya un referente de barrio para muchas personas de la localidad, mas sí los otros   sectores mencionados en este párrafo.

Es curiosa la reacción de perplejidad que sigue en algunas personas cuando se les hace la pregunta. Es el caso del señor Edy «Pachito» Vargas, de 64 años de edad y habitante del barrio vecino denominado Cabudare, quien expresa extrañeza ante el nombre La Guinea y luego se abre un poco más al diálogo cuando se le refieren algunos de sus lugares significativos, entre los cuales señala la célebre taberna El Garúa, ubicada en la calle Monzón con Colón y con 63 años de fundada, como un sitio en que él no se sabe a ciencia cierta si pertenece a La Guinea o a Curazaito. Sin embargo, su actual dueño, Luís «Wecho» Ruiz, de 48 años de edad, se siente categóricamente perteneciente al Barrio La Guinea, cuya demarcación precisa entre las calles Libertad y El Sol, por el Norte y el Sur, y las calles Providencia, por el Oeste,   y Federación, por el Este.

 

Bar Garúa. Calles Monzón con Colón.

 

Bar Garúa.   Dibujo hecho por  su primer dueño, Luis Salvador Ruiz,  en los años cuarenta, y con el valor intrínseco de mostrarnos La Guinea tal cual   era en esos años

Hay quienes afirman que el área donde está hoy instalado el Hospital General Alfredo Van Grieken era «monte y culebra». Se trataba de un espacio al descampado, de aparentes tierras realengas que fueron siendo ocupadas paulatinamente por la gente, haciéndolo por lo demás, como se dice,   «sin ley ni concierto». Así, para proporcionar una imagen fidedigna de aquel proceder, en una de sus porciones, la señora Elbis, madre del conocido «Chenelín», residente de la calle Federación, ocupó un terreno donde construyó una casa.

El párrafo anterior es un ejemplo de lo que para nosotros significa dejar hablar libremente y escuchar con mucha atención, a quienes por lo general les ha sido prohibido hacerlo, personal o indirectamente, a fin de que al menos se nos cuente alguna otra historia de las que no aparecen en los libros consagrados de la historiografía, aceptada como válida hasta el presente. Ciertamente, a no dudarlo, algún asomo de un núcleo de la verdad podrá alcanzarse con este ejercicio de la democracia que también ofrece la ciencia, por lo que permitiremos en primera instancia, más adelante, la exposición de motivos de   algunas de esas voces excluidas, que expondrán sus argumentos y opiniones, como las de un vecino devenido en cronista y líder del barrio, de quien ha sido oportuno y gratificante indagar algunas de sus afirmaciones, compartidas por lo demás, en gran parte según hemos podido comprobar, por muchos de sus vecinos.

A reserva de emitir cualquier evaluación de su posición política, quedó clara para mí la posición de defensa de la   clase oprimida de que es portador el sujeto en cuestión, quien escribe una semblanza o crónica a la semana en un diario local, escritos que siempre dibujan y transparentan el rostro de los humildes y de su entorno vital. Podemos estar de acuerdo o incluso cuestionar algunos de sus juicios, pero lo más importante es que encuentren el púlpito adecuado en donde sean expuestos para   que sean conocidos y debatidos, si fuese necesario. A guisa de ejemplo, vaya su juicio del concepto señorial que dominó en un acto tan importante como es el de los fundamentos esgrimidos en la   declaratoria del valor patrimonial universal de una ciudad. Hasta muy adentrado el siglo veinte,  la ciudad de Coro fue definida a partir de un criterio señorial: estaba comprendida entre las calles «Mapararí y Bolívar», según creí entender en una de las entrevistas itinerantes hechas al señor Mario Aular, de quien estoy hablando aquí. Se extendió «desde la calle Ampíes   hasta la calle González, entre las calles Falcón y Zamora,  donde está situada la Iglesia San Gabriel y cerca de la casa del historiador Carlos González Batista».

Deberán echarse las bases para que la gente común cuente su historia, la propia y la de su familia, calles, pequeños asentamientos, poblados, comunidades y barrios, que nos servirán para ir construyendo la historia de cada municipio y región. Esas son las bases con que se levantará en el futuro la otra historia, la no oficial, pero la que ofrece verdades que la historia oficial ha ocultado y excluido siempre. Este enfoque es tan válido en lo concerniente a los hechos o acontecimientos a los que se les califica de   históricos, como para aquellos sucesos aparentemente desprovistos de trascendencia que conforman el devenir de la gente sencilla, carente frecuentemente de la conciencia del valor de su testimonio personal para un proyecto de importancia nacional y extranacional. Por lo que nos atañe como Instituto, asumimos el concepto de cultura en su real valía: la del estudio y la indagación permanente y profunda, especialmente en torno a aquellas manifestaciones de la espiritualidad del pueblo, también casi siempre echada por la borda en el concepto, evaluación y juicio de las historias de la cultura de las naciones. Hay que desterrar el desdén y el desprecio con que los intelectuales generalmente han tratado a la gente común, viendo las expresiones de sus artes creativas y los frutos de su prodigiosa imaginación como simples productos que, a lo sumo, se les arroja en un despreciativo baúl al que denominan folclore.

Otra será la historia de Coro que habremos de escribir fundamentándonos en las historias que cuenten las gentes de sus barrios, como éste en cuestión que ahora nos ocupa. De La Guinea poco o casi nada se sabe: menos cuál fue su origen y cómo fue levantándose, trazando caminos a la imaginación y sembrando en el espacio enclaves físicos que tenemos la fortuna de que se hayan conservado hasta el presente, oponiéndose al estigma de los entes representativos de la clase dominante, que por lo regular han excluido   los frutos de la creación del pueblo del patrimonio cultural de la nación ; sólo algunas puntadas de los testimonios de los conquistadores y colonizadores extranjeros nos podrán servir para hacernos una composición de lugar acerca del asunto. El pueblo deja asomar su rostro, en los trazos del dominador, cuando algo importante ha sucedido o está por suceder; luego es yunque encima del cual se martilla para obtener los cobres con que se engalanan de riquezas las mansiones, los coches y las damas de los jerarcas, potentados y sus lacayos.

Las fuentes documentales de archivo y bibliográficas, señalan que el barrio fue poblado por negros africanos, descendientes de los antiguos esclavos y en muchos casos que habían adquirido su libertad o que llegaron a vender, en un período posterior de la historia, su fuerza de trabajo. Con ellos convivió gente de la más disímil condición económica y social, siempre perteneciente a la clase explotada. Fueron ellos quienes fundaron realmente la ciudad de Coro, antes de que ésta se erigiera como el centro urbano señorial que luego hemos conocido y que es el único aceptado. Pero esta verdad ha sido excluida de la historia oficial, donde no entra el rostro del oprimido sino en las ocasiones que he mencionado. Es difícil, casi imposible si no es por un acto de pura imaginación sociológica, seguir el curso de la vida social de esta gente humilde que levantó en aquellos terrenos realengos sus «ranchos» (de ahí derivó el despectivo nombre de Los Ranchos para designar el sector…), sembró y cultivó para sobrevivir en medio de la zozobra y la miseria impuestas por tan arriesgadas circunstancias.

Mario Aular afirma que «la gente de dinero», o godogracia, de Coro fue desplazando a la población negra y mulata, originaria y paupérrima, del antiguo barrio La Guinea. Así se les daba posibilidad a personas de otros sitios para que se establecieran en la comarca circuncitadina, como aquéllas que procedían generalmente del campo y particularmente de las serranías corianas.

Sería importante precisar, a partir de cuándo se produce este fenómeno de inmigración forzada ejercido por la clase dominante en contra de los humildes y excluidos de siempre. Lo más probable es que se haya producido a partir de la matanza y otros hechos represivos ejecutados por las autoridades coloniales españolas, hechos que acaecieron después del levantamiento que lideró José Leonardo Chirino a fines del siglo XVIII y que, posteriormente, tuvieron un renovado capítulo a partir de la instalación del boom petrolero que  tuvo lugar y se desarrolló en el siglo

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