Efraín Jaramillo Jaramillo
Colectivo de trabajo Jenzera

Los historiadores y los politólogos, además de que trabajan con fuentes secundarias, que ya de por sí son miradas de otros sobre hechos pasados, tienen las mañas de lanzar pronósticos sobre la evolución de los acontecimientos sociales. Los que predicen muy orondos la paz, que está a la vuelta de la esquina, o los que nos vaticinan una guerra de cien años (nos faltarían todavía 50), basados en tal o cual estrategia militar del Estado, por lo regular se pifian.

Los antropólogos, aunque no faltan los que se alucinan con la astrología y desde el movimiento de los astros también predicen, tienen más oportunidad, aunque tampoco muchos la utilizan, contacto con los fogones indígenas y pueden acercarse a la memoria colectiva y entender que la violencia y exclusión sufridas por estos pueblos no pueden ser olvidadas, pero también llegar a comprender la razón de que los indígenas persistan en la idea de que sólo luchando, como lo han hecho sus ancestros durante décadas, pueden superar los impases que se le han presentado en la historia. Lo más importante: de esa memoria colectiva es que derivan su fuerza y su optimismo. Y eso que viene desde las comunidades, pensado y decidido “desde los fogones de los ancestros” como dicen los indígenas, es lo que en últimas cuenta a la hora de pisar tierra y enfrentar a sus enemigos. .

Mantener viva la memoria se constituye en un deber para la sobrevivencia de un pueblo, por aquello de que el olvido es “el
triunfo definitivo del enemigo” y “una injusticia absoluta”, como lo consideraba el rumano Elie Wiesel, que como niño judío vivió los
horrores del exterminio nazi en Buchenwald. En un hermoso texto de dos cuartillas, “Los peligros de la indiferencia” (1999), comenta que ese niño “Creyó que nunca volvería a ser feliz. Liberado un día antes por los soldados americanos, recuerda su rabia ante lo que encontraron allí. Y mientras viva, ese joven siempre les agradecerá su rabia y también su compasión. Aunque no entendía su idio­ma, sus ojos le informaron de lo que necesitaba saber: que ellos también recordarían y darían fe de lo que acababan de ver.” Y concluye su alocución diciendo que “Una vez más, pienso en el chico judío de los Cárpatos. Ha acompañado al hombre anciano en el que me he convertido a lo largo de estos años de lucha y búsqueda. Juntos caminamos hacia el nuevo milenio, impulsados por un profundo temor y una extraordinaria esperanza.” Las maravillas que hace la memoria. No es gratuito que el poder le tenga tanta animadversión a la memoria de sus súbditos.

Hace un par de años fui invitado por la universidad indígena del Cauca, la UAIIN, a dar un concepto sobre su desarrollo. No sabía mucho
sobre lo que tenía que hacer. Pero sí tenía en la cabeza ese texto de Elie Wiesel sobre la necesidad de no olvidar. Y fue allí donde
encontré el camino para enunciar un concepto sobre el proyecto de educación del CRIC. Todavía no sé sirvió de algo. Para mi si fue útil,
pues me di cuenta de la importancia que ha tenido el proyecto de educación para la recuperación y conservación de la memoria, ante todo
para evitar que las nuevas generaciones que entran en escena, borren de la historia, por conveniencia o por indiferencia, episodios
esenciales del desarrollo de la política y de las organizaciones indígenas. Un par de ejemplos sirven para ilustrar este fenómeno tan
común en la historia. Es muy conocido el hecho de que Stalin quitaba de las fotografías a sus contradictores; el más emblemático caso fue
el de Trotsky, que fue borrado de todas las fotos, de la historia oficial y de este mundo. Pero también es conocido el caso de los Astecas, que para esconder y hacer olvidar su humilde origen de pueblos cazadores y guerreros de las praderas del Norte, construyeron
sus templos sobre los templos Olmecas y Toltecas, una vez se tomaron el poder en México. Lo mismo hicieron los cristianos, que una vez
caída Tenochtitlan, construyeron sus iglesias y catedrales encima de los templos Astekas. Abreviando, Esa especie de talibanes que
destruyen templos y estatuas, y borran de la historia a sus contradictores los hay muchos, en todo el mundo y en todas las épocas
y entodas las doctrinas. Por eso la necesidad de mantener viva la memoria, como la de ese chico judío, o la de las ya “abuelas” de la
plaza de mayo en Argentina.

Pero volvamos al Cauca. En esa ocasión y queriendo honrar a la universidad indígena del Cauca, me aventuré a hacer memoria sobre las
luchas del CRIC y el papel que habían jugado la educación en la formación de sus dirigentes y en el desarrollo de su organización, el CRIC. Hoy quiero volver a hacer memoria, para tratar de entender lo que sucede con las llamadas “revueltas indígenas” en el Cauca.

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En el Cauca indígena se mueven tres proyectos políticos, cada cual pugnando por encontrar el camino de su supremacía sobre los otros,
pues definitivamente son proyectos contrapuestos, están enfrentados y se excluyen mutuamente. Definitivamente no pueden convivir. Son
proyectos arraigados en las comunidades, con ideologías propias. Nada más lejano entonces esa idea que sostenía el alcalde indígena de
Toribío, Ezequiel Vitonás, que lo que sucedía era que todos los actores habían infiltrado a los indígenas. Esa inútil idea de la
infiltración y conspiración, ni es cierta, ni explica nada. Es la maniobra del avestruz. Ni nada más torpe que la idea expresada por el
senador indígena Marcos Avirama de que “nos mamamos”, para explicar las acciones de la guardia indígena, pues como el resto de burócratas indígenas del país, se entera por los noticieros de lo que sucede en sus pueblos.

El primer proyecto político que ha habido en el Cauca es el del Estado. Siempre ha estado ahí, agenciado por la iglesia (hoy tenemos
que hablar en plural: iglesias), los terratenientes, los comerciantes y los partidos tradicionales (liberal y conservador) que los
representaban. Contra este proyecto, dominante en su época, se enfrentó el legendario líder Páez Manuel Quintín Lame y posteriormente
el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). La respuesta que dio este proyecto político del Estado para no perder su hegemonía, fue
múltiple. Puso en práctica todas las formas de lucha. Una violenta, que produjo en un lapso de 10 años más de medio millar de muertos
indígenas. Combinando esta forma de lucha violenta, Cornelio Reyes, conservador laureanista y ministro de gobierno del presidente liberal
Alfonso López Michelsen, puso en marcha la vía desarmada: creó el Consejo Regional Agrario del Cauca (CRAC) para hacerle contrapeso al
CRIC y mantener en cintura a los cabildos indígenas, que se escapaban a su control. La promesa del gobierno al CRAC era la entrega de
tierras y recursos, siempre y cuando se abandonara la toma de tierras que venía impulsando el CRIC. Este intento del gobierno por reventar al CRIC fue vano y fracasó estruendosamente.

Es alucinante la similitud del CRAC con la creación en marzo de 2009 de la Organización de los Pueblos Indígenas del Cauca (OPIC),
impulsada por el ministro del interior Fabio Valencia Cossio, durante el gobierno de  Álvaro Uribe Vélez. Este engendro del gobierno, al
igual que el del CRAC, se realizó para contener los avances del movimiento indígena, en este caso de sus marchas. No sorprendió a nadie el hecho de que tras su conformación, la OPIC hubiera declarado su apoyo a la Seguridad Democrática y alabara la Confianza Inversionista, proyectos bandera del presidente Uribe.

El proyecto político del Estado perdió terreno y dejó de ser el dominante, aunque todavía tiene vida en la OPIC, que actualmente se ha
convertido en la principal contradictora de los indígenas del CRIC y de la ACIN. La presidenta de esta organización, Ana Cilia Secue, es
hábilmente utilizada por la prensa cercana al gobierno, ante todo al expresidente Uribe, para desacreditar este pacífico levantamiento indígena contra todos los actores armados en el Cauca.

El segundo proyecto político en el Cauca indígena es el del Partido Comunista (PC), que tuvo su auge en los años 60 y se fortaleció con la
creación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Toribio, hoy en el centro del conflicto, fue el baluarte más
importante del PC en el Cauca. El gran dirigente indígena del Norte del Cauca, Avelino Ul, pertenecía al PC, en momentos en que las luchas
indígenas por la tierra se extendían de la zona Centro a la zona Norte. Avelino apoya las luchas indígenas por la tierra impulsadas por
el CRIC y se presenta un distanciamiento de éste con su partido. Y aunque Avelino es asesinado, la movilización por la tierra continúa,
dándole la supremacía al CRIC en esa región; el proyecto del PC se desvanece, no sin antes poner en práctica todas las formas de lucha,
entregándole a las FARC el liderazgo del proyecto comunista.

En esos años algunos propietarios de tierras de resguardo habían entrado a hacer parte de la Unión Nacional de Oposición (UNO) fundada
por el Partido Comunista, con el “combativo respaldo” del Movimiento Obrero Independiente Revolucionario (MOIR). Fue esa la época donde los indígenas recibieron la advertencia de las FARC de no “invadir” (“recuperar” para los indígenas) las tierras de militantes de la UNO.

Lo que comenzó siendo una amenaza, terminó con el asesinato (“ajusticiamiento” según las FARC) en febrero de 1981 del líder José
María Ulcué y 8 indígenas más. Para esa época se era tan pusilánime, que el comunicado del CRIC decía (no recuerdo bien) algo así como que “… nos extrañaría y deploraríamos que fuerzas que se dicen revolucionarias,tuvieran que ver con este hecho que hoy enluta a las comunidades indígenas del Cauca…” Fue el primer grupo de autodefensa indígena que surgió en un resguardo para contender las acciones de los “pájaros” (asesinos a sueldo de los terratenientes).

Este hecho acaecido en el resguardo de Munchique-Los Tigres, más el asesinato en 1982 de  Ramón Júlicue, líder indígena páez del resguardo de San Francisco en el Norte del Cauca a manos de las FARC y el asesinato del querido sacerdote paéz Álvaro Ulcué Chocué en 1984 ordenado por los terratenientes, a los cuales se les había recuperado la tierra en Toribío y otros resguardos del Norte del Cauca, fueron los hechos más ostensibles para que se fundara el Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL), con 139 hombres y mujeres, en su mayoría indígenas paeces.

Hay que recordar que el VI congreso del CRIC en marzo de 1981 (todavía estaban calientes los cuerpos de los asesinados del grupo de
autodefensa indígena), se realizó en Toribio, donde el párroco era el paez Alvaro Ulcué. De ese congreso salió el impulso para recuperar las
tierras de los resguardos. La recuperación de las tierras de resguardo en el Norte del Cauca no sólo derrotó a los terratenientes, sino que
acabó con la hegemonía del PC en Toribío. A Álvaro Ulcué, que había sido el anfitrión y principal promotor del VI Congreso lo
responsabilizaron de esta derrota, no sólo del proyecto del Estado, sino del proyecto comunista. Aunque se sabe que entre los que
asesinaron a Álvaro en Santander de Quilichao se encuentran dos policías del entonces F-2, hoy todavía persisten las dudas, de la
misma forma que hay dudas frente al asesinato de Avelino Ul, después de que Avelino se acerca a las luchas del CRIC por la tierra.

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