Apuntes hacia la desaparición de la conmovedora hipocresía del Día de la Mujer.

Por: Mila Ivanovic (*)

Hace algunos días un amigo me preguntó porque no había escrito nada sobre Francia desde hacía mucho tiempo. No supe que contestarle en el momento, sino diciéndole que la distancia y una inercia general de la situación política en víspera de las elecciones presidenciales, había sido unos de los elementos principales. Sin embargo, hoy tengo que retomar mi teclado para contarle algo, algo muy aterrador, tan aterrador que uno no se imagina que no haya “indignación” colectiva a la medida de esa situación.

La historia que les voy a contar ocurre en Saint-Denis, uno de los suburbios más grandes y poblados que cuenta Paris.

Saint-Denis lo conozco por haber estudiado allí, en su universidad famosa por haber sido un nicho a la contestación intelectual pos-mayo 68. Tan contestatario y desobediente que tuvieron que mudarla de Vincennes, donde estaba custodiada por una caserna militar, a ese suburbio pauperizado. Hoy día muchos estudiantes se preguntan como puede coincidir un espacio de conocimiento con el estado de tensión social que surge al salir del Metro que enlace Paris a la Universidad Paris 8.

Saint-Denis es también, antes de haber estudiado y dado clase allí, la cuna del hip-hop parisino, con el nacimiento a finales de los años 80 del grupo NTM (Nique ta Mère, literalmente Coge a tu madre, marca de fabrica lingüística de los jóvenes marginales en aquella época).

Saint-Denis es también la representante del “suburbio rojo”, donde el voto obrero favorecía al partido comunista, y sigue siendo gobernado por una alianza de izquierda. En este marco nacieron los primeros presupuestos participativos del país.

Como lo verán ustedes, Saint-Denis no es cualquier barrio, tiene su historia, diversa, compleja, violenta. Y es en ese último aspecto que me quiero detener ahora.

El mes de febrero ha sido mortífero para Saint-Denis, pero mucho mas allá de Saint Denis, para todo el país, y sin voluntad de exageración, para Europea en la culminación de la crisis que solamente da a ver la punta sumergida del iceberg.

El 4 de febrero, N’Guri, una madre soltera de 49 años con tres hijos, originaria de la Republica Democrática del Congo, se tiró en los rieles de la estación de tren de Saint-Denis. Murió seccionada. El día anterior había ido a pedir su última ayuda al servicio social de la escuela donde estaba escolarizada su hija de 11 años. Camarera por una transnacional hotelera, no ganaba siquiera el salario mínimo, se había endeudado tanto que los insignificantes 30 euros que le había dado la asistente social de la escuela no fueron suficientes para tapar el hueco en el cual se hundía cada día más. Decidió no seguir…

El 14 de febrero, en el mismo municipio, una mujer se presenta por la enésima vez a la alcaldía. Esta albergada en un refugio temporal que la echará el 15 del marzo, después de la tregua invernal que protege del frío a todas las personas sin techo. El verano empezando, cada quien agarra por su lado, sea un puente, una esquina, un bosque, y pare de contar. Ecatarina de 38 años, que con toda evidencia proviene de Europa Oriental, tiene seis hijos, va a suplicar por última vez que le entreguen una vivienda para su familia. Por mala suerte, su familia es conocida como problemática, y ella no se la deja contar. Después de unos empujones con los vigilantes de la alcaldía, saca un frasquito de su bolsillo y se lo echa encima, agarrando un yesquero para acabar en llamas. Murió inmolada. El gesto más impactante en la mente europea, que lo entiende, desde una visión orientalista, como un acto apasionado e irracional propio a esos pueblos lejanos e incomprensibles. Plaza Tienanmen, Sidi Bouzid, tantos actos desesperados que veamos a través de nuestra pantalla. Pero pasó en el sacro-santo recinto de la República francesa, una alcaldía, donde todos los días acuden personas en búsqueda de condiciones de vida mejor, humana en fin…

Este doble relato no tiene por intención de lloriquear sobre la injusticia de ese Infra-mundo, quiere echar combustible escrito a una situación en la cual la Francia Fuerte – el nuevo lema de campaña de Sarkozy – , ridiculiza aun más a esas muertas, la anulan, la borran, la desaparecen, como la mayoría de los medios desaparecieron a esas dos mujeres. No hay Francia Fuerte sino Francia Muerta, que con los llantos de desesperación, los gritos de ira se podrá resucitar de su ineluctable estado.

Mis más profundos pensamientos por estas dos sacrificadas, y a los otros que todos los días harán que no nos sintamos como peces atrapados en una red.

 

(*) Residente Francesa en Venezuela.

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